Decía en la entrada anterior que el Huayna Potosí se suele considerar uno de los seismiles más «fáciles» de los Andes, y cómo a mi entender se trata de una afirmación sin fundamento. En este último capítulo dedicado a la Cordillera Real hablaré de un cincomil, y no de los «raspados», precisamente, que seguramente sí sea el cincomil más fácil de los Andes y, con permiso del Himalaya, posiblemente del mundo entero. Y es que no hay muchas carreteras practicables para vehículos convencionales que suban a 5200 m, permitiendo coronar una montaña bien individualizada (con unos nada desdeñables 658 m de prominencia) y no exenta de carácter a cambio de un modestísimo desnivel de poco más de doscientos metros.

La (ex-) estación de esquí de Chacaltaya.

La estación de esquí de Chacaltaya, a 5200 m sobre el nivel del mar, y situada en la montaña homónima, fue en su día la más alta del mundo. Antes de cerrar en 2009 debido a la desaparición del glaciar (parece que se le calculaba una antigüedad de 18.000 años), fue a finales del siglo pasado uno de los lugares favoritos de esparcimiento para las clases acomodadas de La Paz, distante tan sólo 30 km. Parece que se podía esquiar durante ocho o nueve meses al año; ahora es una instalación fantasmagórica, sin apenas nieve, con los esqueletos oxidados de los postes de los remontes y el refugio -construido en 1930 al estilo europeo- abandonado.

Como sucede frecuentemente cuando una estación invernal cesa en su actividad, Chacaltaya se recicló con fines turísticos. La carretera de acceso, aún practicable, comenzó a ser recorrida por microbuses que llevaban turistas hasta el refugio, desde donde una breve caminata de apenas una hora les permitiría gozar de un panorama magnífico desde los 5421 m del pico que dio nombre a la estación.

Ruta en vehículo desde La Paz a la estación de Chacaltaya.

Epílogo a las montañas bolivianas, o mi ascensión al Chacaltaya.

Tras el final de mi periplo andinista por las Cordilleras Real y Occidental, la fase turística de mi viaje me concede un bonus track en forma de subida al Pico Chacaltaya. Así que, en atuendo de turista «de altura» en vez de alpinista pro, me uno a otros homólogos, la mayor parte extranjeros, para una de las muchas excursiones que las agencias de La Paz organizan cada día. Recorremos la ruta que nos llevaría al paso Zongo hasta la bifurcación a la derecha que nos conduce al refugio de la antigua estación invernal. La ruta nos regala soberbias vistas hacia el Huayna Potosí y el Illimani.

El Huayna Potosí desde la ruta.
Y el Illimani, en dirección opuesta.

Alcanzamos el aparcamiento del refugio. Esta edificación es una curiosidad vintage. Hay letreros y carteles que hablan de los buenos viejos tiempos.

El viejo refugio, con el aparcamiento, y nuestro minibús, detrás.
En el exterior del refugio, un letreo del Club Andino Boliviano, fechado en 1939. Nótese que la altura indicada no corresponde a la real, que son cien metros menos.
Gran mural en el interior del refugio.

Partimos en torno a las diez y media de la mañana, por un buen sendero empedrado que remonta una loma donde aún perduran postes de los antiguos remontes. La pendiente arranca de golpe y la altitud se hace notar en todos nosotros, aunque tras un mes entero en el altiplano y dos seismiles a mí se me hace algo menos dura.

El camino hacia el Chacaltaya, perfectamente marcado a la izquierda de la ladera nevada.

Hacia los 5280 m el camino principal abandona la arista e inicia un flanqueo por la izquierda del pequeño cerro que hemos empezado a subir, para alcanzar un colladito entre éste y la cumbre del Chacaltaya, marcada por un gran hito de piedras.

Flanqueando la primera loma, divisamos la cumbre del Chacaltaya y el pequeño collado a su derecha. El camino «oficial» rodea y ataca el pico por la izquierda.

Desde el colladito gozamos de vistas hacia oriente. A nuestros pies, unos pequeños lagos de fusión, y al fondo el gran Illimani.

Vista desde el collado hacia el Illimani (6462 m), en el centro, y el nevado Mururata (5868 m), al fondo a la izquierda. La nieve aguanta en las laderas a nuestros pies, orientadas al sureste.

El sendero, que discurre a través de una gran pedrera de rocas ocres, prosigue rodeando, también por la izquierda, el Chacaltaya, yendo a buscar un collado alto al norte de la cumbre. Se podría tacar fácilmente por la arista nevada frente a nosotros, pero como buenos turistas que somos hoy continuamos por la ruta «normal». Alcanzamos el mencionado collado, cómodamente, a las once y diez. A nuestra derecha, el Chacaltaya, a la izquierda un modesto promontorio coronado por un poste solitario.

El grupo llegando al collado Norte del Chacaltaya.
El Charquini al alcance de la mano. Detrás, al fondo, abruptos picos que custodian la selva amazónica. El níveo doble pico del Wilamanquilisani (5296 m) a su izquierda, y las esbeltas pirámides del Kolini (4982 m) y el Picachu Poposani (5248 m), a su derecha.

Una breve parada se impone para gozar del panorama cada vez más «potente». A casi 5400 m el horizonte norte está abierto, permitiendo apreciar toda la profundidad de la cordillera hasta su desplome sobre la selva. El Charquini (5364 m), muy próximo, nos muestra su característica cúpula aterrazada, con el vecino Huayna Potosí justo al noroeste y el Illimani hacia levante. Me llaman la atención las escarpadas montañas que se distinguen en la lejanía, cargadas de nieve, y con formas que recuerdan a algunos de los picos más prestigiosos de los Alpes. Resulta que, pese a su apariencia, son más bajas que el Chacaltaya, superando por poco los 5000 m. ¡Qué magnífico terreno de juego deben de ofrecer, y que satisfacción poder coronar esas cimas! Y sin embargo, seguramente se encuentren desiertas, víctimas de la despiadada competencia de los seismiles cercanos, y de los cincomiles «fáciles» como este mismo en cuyas faldas me encuentro. Apuntadas quedan, para una futura expedición gourmet.

Reponiendo fuerzas con ururata e Ilimani de fondo.

Sólo quedan los últimos metros por la fácil cresta norte para alcanzar los 5421 m de la cima. Son las once y veinte. Sin duda, el cincomil más sencillo que nunca haya hecho. Óptima relación panorama-esfuerzo.

Desde la cumbre, vista inmejorable hacia el Huayna Potosí. En primer plano, la modesta loma que delimita el collado por el norte
Junto al hito cimero, vistiendo el forro polar de dudosa autenticidad adquirido en un mercadillo de La Paz semanas antes.
Vista de la gran conurbación La Paz-El Alto.

Quieras que no, estamos en pleno invierno, aquí arriba hace fresco, y tenemos que estar de vuelta en el minibús a cierta hora. Habrá que ir pensando en moverse, y como vamos de sobrados decidimos hacer de vuelta la loma que hemos rodeado antes, y que nos separa del refugio.

El «pico» anónimo que hemos rodeado a la ida. De vuelta tomaremos el camino que sube a su cima.

Esta vez descendemos al primer collado directos por la arista suroeste, pisando nieve, y remontamos el buen sendero que nos conduce a esta cima anónima, coronada por estructuras más o menos ruinosas. Una caseta, dos postes, un murete de piedra y, mucho ojo, un vértice geodésico. Ignoro si este montecito tiene un nombre, en cualquier caso no pretendo añadirlo a mi currículum montañero como «puntuable». Más bien sirve para dignificar un poco esta ascensión casi regalada a un cincomil, añadiendo un poco de desnivel y proporcionando una bonita perspectiva de la cumbre del Chacaltaya.

La cumbre de Chacaltaya desde el pico anónimo.
Segunda foto de cima del día.

Desde aquí no hay más que bajar a saco hasta el refugio por el excelente sendero, apenas 15 minutos, y estamos de vuelta en el aparcamiento a las doce y veinte. Menos de dos horas, ida y vuelta, disfrutando de los paisajes y llegando de los primeros, con tiempo para enredar por el interior del refugio mientras esperamos a nuestros compañeros. Esa misma tarde tocaría segunda parte de turisteo por el Valle de La Luna. Un día intenso con cincomil mañanero. Difícil de superar, sin duda.

Plano de la ascensión al Chacaltaya.

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