En 2013, año y medio después de mi estreno en los Andes en Ecuador, y coincidiendo con un momento de transición laboral, realicé un inolvidable viaje de más de dos meses por Bolivia, Chile y Argentina. La primera parte, de casi tres semanas de duración, estuvo dedicada al andinismo, en un país de los más peculiares de Sudamérica, Bolivia. Un territorio con selva, llanos, altiplano y montañas. Sierra además de gran variedad, con dos cadenas principales: por una parte la Cordillera Real, al oriente de La Paz, por el otro la Cordillera Occidental, sobre la frontera con Chile. Ambas grandiosas, con picos que superan ampliamente los 6000 m, pero con características muy distintas.

Mapa físico de Bolivia, con la Cordillera Real (sector norte de la Oriental) y la Cordillera Occidental, encuadrando el Altiplano. Tomado de elordenmundial.com

Entre ambas cordilleras se encuentra el Altiplano, la meseta más extensa y elevada del planeta, después del Tíbet. La Cordillera Real se originó por plegamiento tectónico, y posee dos vertientes extremadamente diferenciadas; la oeste cae suavemente sobre la árida extensión del altiplano, a unos 4000 m de altitud, mientras que la este se desploma seismil metros sobre el Amazonas. La vecindad con la selva produce precipitaciones abundantes que cubren de glaciares y nieves perpetuas las altas cimas, y da lugar a una variedad única de pisos bioclimáticos, desde la selva ecuatorial hasta los hielos, pasando por la selva nublada, el páramo y los roquedos. Precisamente esta vertiente oriental de la Cordillera Real es famosa por algunas carreteras vertiginosas donde periódicamente se despeñan vehículos de todo tipo. Su pico más elevado es el Illimani (6438 m), pero son el Ancohuma (6427 m) y el Illampu (6368 m) los que presentan mayores desafíos técnicos. Aquí las montañas son abruptas, retorcidas, multiformes, y exhiben el registro de milenios de conflicto entre las fuerzas telúricas que las proyectan hacia el cielo y la erosión del agua, el aire y los glaciares.

En cuanto a la Cordillera Occidental, es de naturaleza volcánica, originada por la subducción de la placa de Nazca bajo la sudamericana. Tenemos aquí grandes edificios aislados, desde viejas calderas colapsadas a conos perfectos y cráteres aún humeantes, colosos de piedra descarnada donde la vida se abre paso en lucha permanente con una sequedad inclemente, producto de la proximidad al Pacífico y al desierto de Atacama. El lugar más árido del mundo, resultado de la corriente de Humboldt, el anticiclón subtropical del Pacífico y la sombra de lluvias que las propias montañas generan.

Sólo 600 km de carretera, y menos de 400 a vuelo de pájaro, separan Arica (0,7 mm de lluvia anuales), en la costa chilena del Pacífico, de Coroico (3000 mm anuales), la capital de los Yungas en la selva nublada boliviana. No hay otro lugar en el mundo con un contraste climático tan violento en tan corta distancia. En Chungará, frontera chileno-boliviana a 4700 m de altitud, el promedio de precipitación es de unos 300 mm. A esta zona, durante el verano (diciembre-febrero) llegan algunos ramalazos de la nubosidad procedente del Amazonas. Con estos datos, es fácil entender la inmensa diversidad ecológica del territorio boliviano, y el gran interés, no sólo alpinístico, de estas montañas.

El período apropiado para las ascensiones en la Cordillera Real está bastante restringido al invierno austral, Junio-Septiembre. Similar a lo que sucede en la Cordillera Blanca de Perú, por ejemplo. Hace bastante frío, pero el tiempo es estable y seco. Fuera de esta estación las nubes del Amazonas entran con mucha más facilidad, trayendo grandes cantidades de nieve y condiciones peligrosas en la montaña. Así que programé mi visita para el mes de Junio, con la intención de visitar ambas cordilleras y coronar mi primer seismil, tras el intento fallido al Chimborazo el año anterior. Para ello recurrí a una agencia local, Andes Expediciones, dirigida por Bernardo Guarachi, el primer boliviano en ascender al Everest y otros ochomiles. Al igual que en Ecuador con Rafa Martínez, he gozado del privilegio de descubrir la cordillera andina de mano de alpinistas locales del máximo nivel. El programa incluía una aclimatación en la Cordillera Real y el intento a los dos grandes seismiles de la Cordillera Occidenta, el Sajama, techo de Bolivia, y el Parinacota.

9 de Junio. Llegada a La Paz.

No hay vuelos transoceánicos que lleguen al Aeropuerto de El Alto, en la Paz. A 4000 m de altura, el aire es tan tenue que no puede sustentar el peso de un B777 o un A330 a una velocidad aceptable para tomar tierra. En Bolivia es el aeropuerto de Santa Cruz el que asume funciones de hub internacional. En mi caso lo más conveniente era volar hasta Santiago de Chile y desde aquí tomar el vuelo «semidoméstico» de LAN Chile (luego fusionaría con la brasileña TAM para crear LATAM) a La Paz, haciendo escala en Iquique. Esta fue la primera vez que vi el Océano Pacífico, y el Desierto de Atacama; el aterrizaje en el aeropuerto de Iquique, aislado en mitad de la nada junto al mar, me dejó un recuerdo particular. El tópico de «paisaje marciano» se hacía realidad aquí. Tras reembarcar me dispuse a afrontar la última etapa de mi larguísimo viaje. Los alucinantes paisajes allá abajo hacían difícil conciliar el sueño.

El Pacífico en las inmediaciones de Arica, cubierto de niebla gracias al efecto de la corriente de Humboldt, y la salida al mar de una de las quebradas excavadas por los ríos que bajan de los Andes.
La quebrada del río Lluta, un oasis rico en cultivos de todo tipo en medio del desierto más hostil de la Tierra.

Los escenarios marcianos van dejando paso a otros un poco más benignos, ríos y lagos e incluso montañas nevadas al fondo, que anuncian la proximidad de La Paz. El avión pierde altura (no mucha) y ahí abajo aparece la gran conurbación de la capital boliviana. A continuación ejecuta un giro cerrado y enfila frontalmente un acantilado marrón claro, lo supera por escasos metros y a mis pies aparece una barracópolis inmensa, que se extiende hasta donde se pierde la vista. Es El Alto, el suburbio de La Paz, situado sobre la meseta que la domina. A principios del siglo pasado este lugar alojaba instalaciones de servicio del aeropuerto y los ferrocarriles. La urbanización comenzó poco después, aumentando su población, atraída por la proximidad de la capital, y llegándose a triplicar en los últimos 30 años. Tanto, que ya ha superado a la propia La Paz, convirtiéndose en la segunda ciudad del país, sólo por detrás de Santa Cruz. Su millón largo de habitantes componen un mosaico abigarrado y surrealista, con edificios residenciales modernos y un polideportivo de novísima factura junto a chavolas, comedores populares, todo tipo de tiendas y perros y vehículos por todas partes. Pese a lo cual, la sensación de inseguridad, como comprobaría después, sería bastante inferior a lo que me habría esperado.

La Plaza Murillo, con el Palacio presidencial.

En definitiva, el aterrizaje transcurrió sin incidentes. Desembarcar, control migratorio, recoger equipaje, aduanas… Finalmente estoy fuera, en un día fresco y nublado. La persona que debía venir a recogerme se presenta puntualmente, adentro a la furgona con todos los trastos y a dejarse llevar. Tráfico denso y ruidoso, lo esperable, pero ahí tenemos enseguida la vía rápida que desciende hacia La Paz. A todo esto, hay aquí un curioso teleférico (a cuanto parece construido por los austríacos) que une ambas ciudades. La capital muestra así su doble cara, la tan manida «mezcla de modernidad y tradición». Tiempo habría de explorarla, ahora me espera el hotel y un poco de descanso. En la Calle Junín, cerca de la estación de bus y algunas de las mejores calles comerciales, el Hotel Latino es una buena base. Tomo posesión de mi habitación, que da a un hermoso patio de estilo colonial. Poner un poco de orden en el equipaje y a de poco salir, ya en la oscuridad, a buscar un lugar para cenar algo. Mis recuerdos son confusos, pero sí tengo en mente la infructuosa búsqueda de un cajero automático funcionante y una lúgubre oficina de cambio. Después, una cena rápida en un local de aire pijo, en las inmediaciones del animado mercadillo entre Plaza Murillo y la calle Ingavi, y de vuelta al hotel a dormir.

Una animada calle comercial en las inmediaciones de mi hotel.

10 de Junio. La Paz.

La Basílica de San Francisco, en el barrio de Sagárnaga.

Tras un plácido desayuno en el patio del hotel, protegido por un retrato de San Miguel matando al dragón, salgo en exploración a la luz del día. El mal de altura como tal no se me manifiesta, pero los 3800 m de altitud se hacen notar en cuanto hay que subir por cualquiera de las empinadas calles de la ciudad, que se deja explorar encuentro muy acogedora. Hay mucho turismo extranjero, europeos y gringos, sobre todo en el barrio de Sagárnaga, repleto de mochileros, hostales, albergues y tiendas de artesanías. Proliferan aquí las agencias de aventura y montaña que ofrecen ascensiones a todas las principales cimas en las inmediciones de la Paz; uno puede llegar aquí solo y agregarse a un grupo que sube al Huayna Potosí o el illimani el día siguiente, con la opción además de alquilar toda la impedimenta necesaria. Se podrá discutir la «ortodoxia» montañera de estas prácticas, por lo que tienen de comercialización y masificación de la montaña, pero no hay que olvidar lo que esto supone como ingresos y desarrollo para la comunidad local. Sobre todo cuando los precios son realmente competitivos para los alpinistas extranjeros.

Una ciudad en cuesta, que se extiende desde los 3400 m de los barrios de ricos hasta los 3800 del centro.

Y es que hablando de precios, aquí la vida cotidiana es (o al menos en 2013 lo era), sorprendentemente barata. Sólo los hoteles, se aproximan a los precios occidentales. En los comedores populares, que se encuentran por todas partes, un almuerzo completo cuesta sólo 10 bolivianos, el equivalente a 1 euro. No tuve problemas estomacales de ningún tipo, por cierto. El transporte interurbano en autobús tiene precios ridículos (las grandes líneas que conectan con otras ciudades del país, o con el extranjero, suelen disponer de vehículos razonablemente modernos y seguros; otra historia son las distancias cortas),

Autobuses chinos de tercera mano.

Y es que, hablando de autobuses urbanos y periurbanos, La Paz, y Bolivia entera, están repletas de descacharrados vehículos chinos a los que ni siquiera se han molestado en cambiar la librea. Qué mejor forma de visualizar la penetración asiática en el país, y es que los recursos minerales y petroleros de Bolivia son codiciados por muchos.

En fin, que este día toca presentarse en las oficinas de la agencia y conocer en persona a Bernardo, así como formalizar los pagos. Me recibe amablemente y me explica los detalles de la expedición. Del 11 al 15 fase de aclimatación en la zona del Condoriri y a partir del 19 la parte «seria», en Sajama y Parinacota. Además, para el Condoriri no me acompañaría él sino su hijo Eliot. Ningún problema. Al día siguiente empezamos.

11 de Junio. Campo base Condoriri.

Mapa de la Cordillera Real, con la posición del Condoriri.

El Condoriri es la montaña del cóndor. El nombre proviene del término aymará Kunturi, referido a la gran ave reina de los Andes. Se ubica apenas al noreste del famoso Huayna Potosí, y aunque su altitud es modesta (sólo 5648 m), se trata de una de las montañas más hermosas de los Andes. Los pueblos que habitaron a sus pies vieron en ella un enorme cóndor levantando el vuelo, con su cumbre principal como la cabeza, y las cimas N y S como las alas izquierda y derecha respectivamente. Ahora constituye el núcleo del Parque Nacional Tuni-Condoriri, y ofrece abundantes vías de escalada en roca, hielo y mixto. Su vía normal por la arista suroeste está cotada AD. No sería por tanto este uno de mis objetivos, sino algunos picos vecinos: el Austria, el Ilusión y el precioso Pequeño Alpamayo, de unos 5300-5400 m, idóneos para ir adquiriendo una correcta aclimatación.

Así, tras desayunar con calma, Eliot me recoge en el hotel con su furgoneta, ya cargada con toda la impedimenta y los víveres para cuatro días. Regresamos a El Alto y una vez superado el caos de tráfico, salimos a la Autopista 2, del Lago Titicaca, para desviarnos luego hacia la entrada del Parque Tuni-Condoriri. Hay que pagar un (muy barato) billete de entrada. La última parte del trayecto discurre por un camino sin asfaltar.

En coche, rumbo al inicio de la ruta. La Cordillera Real espera al fondo.

Finalmente, después de unas dos horas y media de conducción, se alcanza una explanada donde esperan los muleros. Estos habitantes de las comunidades indígenas apenas se entienden en castellano, y Eliot, que no habla aymará, debe esforzarse para comunicarse con ellos.

El aparcamiento de la Rinconada, desde donde empieza la caminata.
Ruta desde el final de la pista al CB Condoriri.

Estamos a unos 4500 m de altura, y ehamos a andar ligeros de peso, los burros partirán detrás de nosotros. El camino es bueno y nunca muy inclinado. Rápidamente accedemos a la cuenca de la pequeña laguna Khauan Khota.

La Laguna Khauan Khota queda bajo nuestro camino.
El buen sendero se encamina hacia las montañas. La laguna Chiar Khota está oculta detrás del colladito al fondo.

El día, nublado, desluce algo el paisaje, ocultando las montañas y apagando los colores, pero cuando doy vista a la Laguna Chiar Khota (4670 m), el panorama no deja de ser admirable, con todo el circo del Condoriri al alcance de la mano. Hemos tardado menos de una hora

El CB Condoriri, en la orilla N de la laguna.

Sólo nos queda rodear la laguna, en suave descenso, por su orilla este, hasta alcanzar el Campo Base del Condoriri. Hay algunas tiendas y una caseta con los baños. Esperamos a que lleguen los muleros con nuestro equipo de campamento para instalar las dos tiendas; usaremos la de Eliot como comedor. La verdad es que hace bastante frío, lo esperable en invierno. No tan esperable es el mal tiempo, que ya nos empieza a preocupar. Mañana toca el Pico Austria, el más sencillo de los tres programados. Eliot prepara la cena, bien calentita y que entra de miedo. Es buen cocinero, además de buen alpinista; hace dos años ha acompañado a su padre al Cho Oyu, convirtiéndose en los primeros bolivianos en alcanzar su cima. Tiene un carácter austero, reservado, similar al de tantos de sus compatriotas. Me retiro temprano a mi tienda, con la incertidumbre del tiempo y de si el mal de altura me dejará dormir.

12 de Junio. Pico Austria (5327 m, F+)

Plano de la ascensión al Pico Austria.
Nuestras tiendas a la hora del desayuno.

Paso buena noche, pero al despertar encuentro el campamento cubierto de nieve fresca. Haremos la ascensión de todas maneras, aunque la cosa va pintando mal para los días siguientes, con montañas más exigentes. Desayunamos tranquilos, no hay mucha prisa, la ruta es breve y volveremos aquí a dormir. Muchos turistas hacen este pico desde la Paz, como excursión de un día, lo que les obliga a correr. No es nuestro caso, y se puede aprovechar para tirar algunas fotos. La visibilidad ha mejorado algo y asoman las montañas que nos rodean.

El Pico Austria. La ruta transcure por la vaguada a su derecha hasta llegar al collado para remontar la cresta Norte.
Cara al valle que penetra hacia el glaciar del Condoriri, con el Pico Tarija (totalmente blanco, a su derecha la antecima rocosa «El Diente»). Justo detrás, se encuentra el Pequeño Alpamayo.

La nieve acentúa el silencio matinal en el Campo Base. El campamento canadiense, unos metros más allá, está sumido en la quietud, creemos que están arriba, en el campo alto del Condoriri. Las condiciones no parecen las mejores, esperamos verlos de vuelta pronto. Nosotros, mientras tanto, preparamos mochila ligera para nuestro objetivo del día.

Ruta hacia el Pico Austria. De PeakVisor.

Partimos por el sendero que bordea la laguna para remontar las inclinadas laderas de hierba y pedriza que la dominan y alcanza una especie de terraza al pie de la vaguada que separa el Austria del Jallayco. Aquí se une otro sendero que llega desde el lado occidental de la laguna. Desde esta posición vemos por primera vez, detrás de la prominente Aguja Negra, el Pico Ilusión, nuestro objetivo para el día siguiente.

Ganando altura sobre la laguna.
La Aguja Negra y detrás, cubierto de nieve, el Pico Ilusión, más alto,

El buen camino, que constituye una vía de comunicación con el valle contiguo, asciende cómodamente a través de la pedrera. La altura se hace notar y vamos lentos, pero bastante cómodos. Es una pena que la niebla insista en cerrar el paisaje. Ha transcurrido más de hora y media desde la partida cuando vislumbramos, ya próximo, el Paso Chakoti, a 5152 m.

Ya llegando al Paso Chakoti, donde giraremos a la izquierda para acceder a la abrupta cumbre.
Mirada hacia atrás, se ve parte de la traza que hemos seguido.

Una vez en el collado abandonamos el camino principal para girar a la izquierda por una traza más desdibujada. Atravesamos un terreno de piedras sueltas, que según nos acercamos al filo de la cresta y vamos salvando pequeños espolones y saltos rocosos se vuelve ligeramente más exigente, pero sin ninguna complicación técnica. Cuando finalmente llegamos al hito cimero, una media hora después de superar el collado, no se ve absolutamente nada. Es frustrante. Desde aquí deberíamos contemplar los seismiles de la Cordillera Real, el lago Titicaca y hasta el Pico Sajama en la lejanía. Hacemos la foto de cumbre, pero no tiene sentido demorarse mucho acá arriba. No queda más que descender. La subida nos llevó poco más de dos horas, la bajada la hacemos aún más veloces. El campo base sigue tranquilo, envuelto en su sudario de niebla.

En la cumbre del Austria.

13 de Junio. Pico Ilusión (5330 m, PD)

Plano de la ascensión al Pico Ilusión.
Ruta hacia el Pico Ilusión. De PeakVisor.

No hay nada que hacer. Ha vuelto a caer mucha nieve por la noche y la visibilidad esta mañana tiende a cero. Ya me había hecho un poco a la idea, pero no hay alternativa. Esta tarde Eliot estará atento a los muleros que suben desde la Rinconada para avisarles que anticipen un día el venir a recogernos. Mañana el Pequeño Alpamayo, cargado de nieve fresca, estará muy peligroso. Días más tarde, saliendo hacia el Sajama, Bernardo me confesaría que había llegado a preocuparse por la vida de su hijo, visto el tiempo tan desfavorable, y que la decisión de evitar la ascensión estrella de la fase de aclimatación había sido la correcta. También me reconocería que no era normal esa climatología durante el mes de Junio, cuando las condiciones meteo suelen ser óptimas. Más que nunca, tocaba consolarse con esa gran verdad de que el hombre propone y la montaña dispone.

Ahora por tanto se trataba de salvar lo salvable. El Pequeño Alpamayo y su mágica arista nevada supondría un riesgo innecesario, pero el Pico Ilusión, haciendo honor a su nombre, podría concedernos hoy alguna posibilidad. Y después de desayunar allá que vamos, en mitad de la niebla. La primera parte, remontando el valle principal entre el Huallomen y el Tarija, es sencilla. Prácticamente llana. Se pasa junto a un refugio y otra pequeña laguna, y a un cierto punto se abandona el sendero principal y se empieza a subir a la derecha remontando el anfiteatro que delimitan la Aguja Negra, el Ilusión, el Ilusioncita y el Jist’aña. Nos ponemos los crampones. La nieve fresca se hace cada vez más profunda. La pendiente aumenta. Nos encordamos y avanzamos penosamente, Eliot va abriendo huella y sufre visiblemente mientras yo me concentro en cada paso, mirando al suelo, y evito pensar en lo que todavía nos queda para llegar arriba. También porque al alzar la mirada todo sigue siendo blanco, un blanco gélido que el viento hace penetrar hasta los huesos. Hacia los 5000 m la inclinación crece todavía más, y cuando Eliot me comunica que hemos alcanzado el collado entre el Ilusioncita y el Ilusión vislumbro el vacío delante de mí y a mi derecha una rampa al menos tan inclinada como las que hemos superado hasta ahora. La cima es por ahí.

Pese a todo me siento fuerte y sugiero a Eliot encabezar la cordada en estos últimos 150 m de desnivel. Abro huella con decisión y en pocos minutos alcanzo una especie de estrecha terraza nevada colgada sobre la vertiente contraria. Intuyo que estoy asomado a un abismo que no veo, porque el whiteout sigue siendo total. Rodeamos unos metros hacia la derecha y Eliot me hace notar una especie de chimenea-torre muy vertical, de roca y nieve. En lo alto, me dice, está la cumbre. Yo le creo, qué remedio. Me dice que suba yo solo, que él se queda debajo asegurándome. Allá voy, recuerdo una trepada corta, seguramente no más de cinco metros, superada sin demasiadas dificultades, con el piolet en una mano y el buen ánimo en la otra. Y sí, parece que más alto que esto no hay. Estoy contento, esta ha sido una de las duras, de las sufridas. Aunque no haya visto nada, con los ojos del cuerpo. Hay viajes que deben hacerse hacia el interior. Sin fotos y sin GPS. Sólo con el silencio, con el yo proyectado en la propia respiración y los propios pasos, lentos, contados, aquilatados.

Anche la luce sembra morire
Nell’ombra incerta di un divenire
Dove anche l’alba diventa sera
E i volti sembrano teschi di cera

Ma tu che vai, ma tu rimani
Anche la neve morirà domani
L’amore ancora ci passerà vicino
Nella stagione del biancospino

(Fabrizio de André. «Inverno»)

14 de Junio. Regreso a La Paz.

Hoy toca recoger el campamento, esperar a los muleros y regresar a La Paz. Una lástima perderse el Pequeño Alpamayo, pero estoy satisfecho con lo conseguido, y además la aclimatación va mejor de lo previsto. Después de tres días de tiempo fosco, la mañana regala un sol que pone de relieve la enorme belleza de este lugar. Finalmente, en el último momento, como si se tratara de un premio a los esfuerzos de los días anteriores. Y la misma nieve que ha obstaculizado nuestras ascensiones multiplica la hermosura.

El Condoriri, con el ala derecha en primer plano, la cabeza, cubierta por glaciares, y el ala izquierda más alejada. La caseta es el edificio de los baños del CB.
El Pico Austria, más nevado que el día que lo subimos.
Zoom sobre el glaciar Condoriri. El Pico Tarija está en el extremo izquierdo, a su derecha, detrás, asoma el Pequeño Alpamayo. Junto al Tarija aparece El Diente, y ocupando toda la mitad derecha de la imagen, la Pirámide Blanca o Jist’aña.

Hoy el campamento está más animado. Los canadienses regresaron y parece que también marcharán hoy. Como suele pasar en estos casos, siempre hay que esperar un poco más de lo previsto la llegada de los porteadores, pero al final aquí los tenemos. Se deja a los burros recuperar fuerzas y ramonear un poco la hierba que asoma entre la nieve.

Nuestros burritos.

Una vez cargados los animales, podemos partir. La caminata es breve y disfrutona, y aunque ya de vuelta en el coche el cielo amenaza con volver a nublarse, de aquí en adelante no volvería a lloverme, o nevarme, encima. Ojo, que esto no es sinónimo de «el tiempo me respetaría». Pero esto es ya material para una próxima entrada.

Despedida de la laguna Chiar Khota, mirando hacia el valle de descenso.

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